Si algo ha puesto de manifiesto de modo consistente la psicología social y la sociología, es que el comportamiento de los individuos depende del contexto social. Tendemos a pensar que el individuo actúa únicamente motivado por la maximización de su interés personal. Y esto puede ser cierto en determinados contextos económicos. Un vendedor, por ejemplo, quiere maximizar sus ventas (en realidad, subestimamos el efecto que las emociones sociales y los aspectos contextuales juegan también en una venta). Pero la cuestión es que ese mismo vendedor actuará, en otros contextos (en su relación con sus compañeros de trabajo, en su voto político, en estadio deportivo, etc.), motivado por influencias neurohormonales, psicológicas, comportamentales, sociales y ambientales diversas, y no por la mera maximización de sus intereses personales.
Un caso extremo de conducta contraria al autointerés del individuo es el terrorismo suicida. El ataque suicida, pero también la autoinmolación, son conductas sociales que sorprenden por su aparente carácter irracional, pero que, en el fondo, reflejan nuestra naturaleza sociobiológica humana.
¿Qué motiva a una persona a realizar un ataque contra otras personas del que sabe que casi con toda probabilidad no saldrá vivo? ¿Es la personalidad del individuo, el fanatismo y el adoctrinamiento, el contexto social y la presión del grupo, la pobreza? O tal vez, una combinación de todas ellas.
Aunque desconocía su existencia, la investigación psico-social sobre el terrorismo suicida es relativamente extensa. En The Power of Others: Peer Pressure, Groupthink, and How the People Around Us Shape Everything We Do, el divulgador Michael Bond realiza una interesante presentación de esta investigación.
Aunque existe cierta controversia sobre las causas del suicidio terrorista, un resultado que parece consistente en los distintos estudios llevados a cabo es que los suicidas no son personas excepcionales, ni poseen necesariamente problemas de salud mental o aislamiento social. El factor crítico en el suicidio no reside tanto en la historia personal o el carácter del individuo como en el modo en que este es influido y manipulado por un grupo.
Investigaciones como las de Ariel Merari, profesor retirado del Departamento de Psicología de la Universidad de Tel Aviv, y Nasra Hassan sobre terroristas suicidas palestinos parecen mostrar que la pobreza, la falta de educación, el deseo de venganza o la enfermedad mental son prácticamente irrelevantes en determinar qué persona se suicidará por una causa, y que, incluso, el fanatismo religioso, aunque puede ser crítico en ciertos contextos culturales, no está siempre presente en el suicidio terrorista.
Para Ariel Merari, comprender el suicidio terrorista requiere prestar atención a las presiones del grupo en el comportamiento del individuo. El suicidio terrorista es, sobre todo, un fenómeno organizativo, en el sentido de que una organización debe decidir llevarlo a cabo. Raramente se encuentra un terrorista suicida que actúe de modo individual. El suicida es tan solo una pieza más de un engranaje organizativo altamente eficaz. De hecho, en ciertas sociedades, existe una “industria” del terrorismo suicida.
El investigador Scott Atran, especialista en antropología de la religión y terrorismo, ha subrayado, también, el poder del contexto social en el terrorismo yihadista. Los terroristas no matan y mueren sólo por una causa, nos dice Aran, sino por los otros, por su grupo. Los terroristas suicidas son percibidos en sus comunidades como mártires, como héroes de guerra. En un contexto cultural favorable al suicidio terrorista, los grupos activistas tienen facilidad para encontrar jóvenes dispuestos a suicidarse. El grupo consigue reclutar y radicalizar a los futuros suicidas a través del adoctrinamiento y la cultura del martirio. El adoctrinamiento sectario permite anular la individualidad de una persona, haciendo que ésta se sienta tan solo una herramienta en la supervivencia de su grupo. Su vida tiene sentido en la medida en que contribuye al éxito del grupo. De ahí que la idea del suicidio pueda resultar atractiva.
Pero, ¿juega algún papel la personalidad del individuo? En uno de los estudios más recientes de Merari, este llevó a cabo un perfil psicológico de quince terroristas suicidas potenciales detenidos por el ejército israelí antes de acometer el suicidio. Lo que Merari encontró es que los potenciales suicidas tienden a poseer un fuerte miedo al rechazo, son impulsivos e inestables emocionalmente. Tienen un perfil dependiente-evitador y algunos de ellos, aunque no todos, rasgos suicidas. No son personas agresivas ni psicopáticas, al contrario, son personas, en muchos casos, que quieren ser apreciadas y que encuentran difícil decir que no en un contexto relacional, social y cultural que valora estos ataques como actos patrióticos, heroicos.
Lo interesante es que los organizadores de los atentados, las elites, mandos y reclutadores de las organizaciones terroristas tienen un perfil psicológico totalmente diferente: son manipuladores, egoístas, psicopáticos y poseen una gran confianza en sí mismos. Son personas que están dispuestas a mandar a otra persona a una muerte segura, pero que nunca serían voluntarios para un acto suicida. Por supuesto, no sienten ningún tipo de remordimiento.
Sea la causa próxima la personalidad o la influencia social, lo fascinante del suicidio terrorista es que resulta una ventana por la que mirar la complejidad de la conducta social humana. Porque el suicidio altruista tiene también, como cualquier otra forma de conducta social, una explicación sociobiológica evolucionista. Los comportamientos autodestructivos altruistas se producen en una gran variedad de especies, desde organismos unicelulares a insectos sociales, aunque su presencia es debatida entre los mamíferos. Entre los insectos sociales, el autosacrificio se suele producir en el contexto de la defensa del nido. El suicidio terrorista es, quizá, una forma de altruismo parroquial (parochial altruism), tipo de altruismo en el que el sacrificio del interés personal, del individuo, se produce con el objetivo de favorecer a los miembros del grupo étnico, racial o etnolinguístico del individuo. La explicación evolucionista del suicidio altruista es compleja. Pero la esencia de esta explicación sería que la autodestrucción de un individuo, aunque incoherente desde el punto de vista del fitness individual, podría favorecer el fitness inclusivo, a través de mayores posibilidades de supervivencia y reproducción para los miembros del grupo del suicida.
Pero el suicidio altruista podría ser también un coproducto no adaptativo de un mecanismo evolucionado, como la necesidad de aceptación social, que produce una malfunción. Aquí estoy solo especulando, pero la consideración del suicida típica de las sociedades en las que se produce el terrorismo suicida como un símbolo de heroísmo y liderazgo, la promesa de un estatus superior tras la muerte, el adoctrinamiento por líderes depredadores, la personalidad dependiente-evitadora del suicida, parecen a puntar a un resultado no adaptativo de la necesidad de pertenecer y ser aceptado por el grupo de ciertos individuos (el suicida), en combinación con la necesidad de otros individuos (el organizador) de adquirir poder sobre los miembros su grupo para combatir a otros grupos enemigos.
Más allá de las causas sociobiológicas profundas del suicidio terrorista, lo que sabemos que es que la influencia sectaria por parte de un grupo organizado, un apoyo por parte de la comunidad al suicidio terrorista y unos rasgos de personalidad específicos del suicida parecen ser las causas cercanas del suicidio terrorista. Como concluye Merari: “la mayoría de los suicidas en nuestra muestra no llevaron a cabo la misión porque quisieran morir para poner fin a un sufrimiento mental intolerable, sino porque sus características de personalidad, especialmente una personalidad dependiente-evitadora, les hizo más susceptible a la influencia externa”
El suicidio terrorista muestra, como ninguna otra forma de conducta humana, el poder de los otros en nuestra conducta.
Imagen de: Christopher Dombres
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