jueves, 29 de agosto de 2019

Las regularidades del mundo interpersonal y social

Todos los sistemas de la realidad con los que interactuamos diariamente poseen algún tipo de regularidad, algún tipo de normas, de pautas de funcionamiento. Por sistemas me refiero a la mente, el ecosistema, la vida, el cuerpo humano, el cerebro, la economía nacional, el mercado, la tecnología, las relaciones personales, el sistema social o la ley, así como a sus distintos subsistemas. 

Comprender las regularidades que caracterizan el funcionamiento de estos sistemas es el objetivo de las ciencias empíricas y disciplinas académicas. La neurociencia estudia el cerebro; la psicología, la mente; y la sociología, la sociedad. Pero aunque se trata de conocimientos expertos, un conocimiento mínimo de estos sistemas es de utilidad para cualquier ciudadano informado. Esto es así porque conocer las regularidades de los sistemas ayuda a tomar decisiones más racionales (nuestras acciones tienen consecuencias en un sistema) así como a llevar a cabo intervenciones públicas más sostenibles y adecuadas. 



Hace algún tiempo que observo que, mientras que las regularidades de los sistemas naturales y/o tecnológicos se consideran reales y relevantes (aunque sean desconocidas por la mayoría, la ley de la gravedad, la formación de nubes, el cambio climático, el funcionamiento de un ipad o la memoria son respetadas), las regularidades de los sistemas interpersonales y sociales son consideradas no relevantes, cuando no arbitrarias o inexistentes por muchos

Creo que hay varias explicaciones. 

No hay duda de que las regularidades, normas o pautas de los sistemas sociales e interpersonales son particulares. En primer lugar, en el ámbito social e interpersonal podemos distinguir entre regularidades empíricas, normas sociales y normas morales. Las primeras son pautas probabilísticas que caracterizan el funcionamiento de un sistema complejo (ej. La malnutrición en la infancia está asociada a problemas de auto-control; la democracia está asociada a una menor probabilidad de sufrir hambrunas; tener tatuajes está asociado a un menor pensamiento a largo plazo, etc.). Las normas sociales refieren a las creencias compartidas por la mayoría de una población sobre los comportamientos que son aceptables (normas sociales descriptivas), así como a las conductas que la mayoría de la población lleva a cabo (normas sociales inyuctivas). Las normas morales son normas sociales que refieren a elementos que implican algún daño a otro individuo. 



Las regularidades empíricas y las normas sociales difieren, por ejemplo, de las normas legales, expresadas en un código civil o penal. Así, una persona tiene derecho a vestir lujosamente en un barrio problemático, a ir en pijama a una boda pero no tiene derecho a evadir impuestos. Y esto nada tiene que ver con los efectos posibles de vestir lujosamente en un barrio problemático (ej. sufrir un atraco), ir en pijama a una boda (ej. perder reputación, hacer el ridículo, demostrar poca inteligencia social) ni con las regularidades implicadas en una conducta social como evadir impuestos (ej. ciertas condiciones harán más probable la evasión de impuestos, etc.). Las primeras son reglas legales, que caracterizan el funcionamiento del derecho en una sociedad. Las segundas son normas sociales y pautas sociológicas, empíricas, que caracterizan el funcionamiento de una sociedad. 

Las regularidades de los sistemas sociales e interpersonales también difieren de las de los sistemas puramente naturales. Algunos sistemas naturales no subatómicos tienen leyes matemáticas estables, precisas y universales (como la aceleración o la gravedad). Otros sistemas más complejos como el clima tienen regularidades, pero son más impredecibles. Los sistemas sociales e interpersonales son también sistemas complejos, con elementos predecibles (como la población o la tasa de paro) e impredecibles. Los sistemas sociales son resultado de la combinación de elementos biológicos y socio-culturales, y sus pautas de funcionamiento son probabilísticas (no son deterministas) y contingentes (pueden variar en el tiempo y el espacio)

Pues bien, el carácter probabilístico, contingente e incierto de las regularidades sociales hace que, en ocasiones, se considere que estas regularidades no existen. Es como si pensáramos que el clima no tiene pautas objetivables porque es caótico. El relativismo (y su primo el construccionismo social) así como la utilización de ideas pseudo-relativistas por parte de los individuos con el fin de justificar conductas egoísta o individualistas, están detrás de esta confusión. 

Si un paradigma ha logrado hacer daño a las ciencias sociales ese es el construccionismo social y el relativismo antropológico. La idea, no sostenida empíricamente, de que no existen pautas o reglas generales en los sistemas sociales e interpersonales (y, por tanto, no habría consecuencias reales de ninguna acción) así como la idea de que toda convención social es culturalmente relativa, determinada por el poder, arbitraria, no comparable ni analizable objetivamente y totalmente modificable, conduce a ignorar las reglas en los sistemas sociales e interpersonales.

Las regularidades empíricas de los sistemas sociales e interpersonales no son arbitrarias, no son construcciones sociales y no son totalmente relativas. Las regularidades son probabilísticas y contingentes, y se basan en fundamentos sociobiológicos o bio-psico-sociales estables. Muchas regularidades probabilísticas en el ámbito social son comparables a las existentes en otros ámbitos como la salud o la seguridad (ej. si excedes los límites de velocidad es más probable que sufras un accidente mortal). Si, por ejemplo, en una sociedad se muestra que las personas casadas tienen una satisfacción vital ligeramente mayor que las no casadas (se calcula que de 0.5 en una escala de 1 a 10), esto es una regularidad como la que vincula el hecho de fumar al desarrollar un cáncer o el exceso de velocidad a sufrir un accidente de tráfico. No todos los casados serán más felices que los no casados. Tan solo es una media, que expresa una probabilidad. Habrá terceras variables (como la calidad de la relación) que interfieran en esta regularidad. La cuestión es que esta regularidad existe, aunque no diga nada sobre tu derecho o tu libertad para permanecer soltero o divorciarte.

Las reglas morales, por ejemplo, pese a lo que piensan construccionistas e intelectuales de diversa índole, no son relativas, arbitrarias ni construidas por el poder, sino que son disposiciones sociobiológicas generadas por una sociedad para favorecer la cooperación social, fundamental para nuestra supervivencia. Las normas sociales (como no vestir en pijama por la calle o conducir por la derecha) tienen un carácter contingente pero no son absolutamente arbitrarias: responden a factores históricos, económicos, socibiológicos, materiales, de difusión social, etc.

La cuestión es que la gente confunde sus deseos, legítimos o no, de libertad así como sus derechos, establecidos en un código civil, con la existencia de pautas y normas sociales objetivas. Por ejemplo, uno podría decidir vestir en pijama a una boda. Estaría ejerciendo su libertad. Pero esto tendría consecuencias -de acuerdo, variables en función del tipo de boda y demás, pero objetivas- sobre su reputación, sobre el bienestar de los invitados y los novios. Indicaría tal vez una resistencia psicológica a salir de su zona de confort, cierto infantilismo, etc. La libertad de acción no niega la existencia de un sistema con reglas objetivas y normas sociales, con causas y efectos, con consecuencias de las acciones.  

Comprender el funcionamiento de las regularidades sociales empíricas, así como de las normas sociales, es el objeto de la sociología y la psicología social, tan degradadas por el construccionismo social y el relativismo antropológico. Cada vez que alguien os argumente que “soy libre de engañar a mi novia/o” (teniendo en cuenta los determinantes genéticos y ambientales, matizaría esta aseveración) o que “tengo derecho a ir vestido como quiera al trabajo” o que “ellos no deberían enfadarse por haber dicho tal cosa”, recordadle que sí, de la misma forma que tiene derecho a fumar 20 cigarrillos al día. Simplemente, que todas las acciones o inacciones tienen consecuencias objetivables en el ámbito de lo social.  



jueves, 25 de abril de 2019

Riesgo absoluto frente a riesgo relativo. O sobre la mala comunicación de los resultados de la investigación

Imagina que te digo que consumir cerveza incrementa el riesgo de padecer obesidad abdominal en un 75%. El estudio es sólido y fiable. Y un 75% parece un aumento enorme. Así que es posible que decidas no volver a tomar una cerveza en tu vida. Pero, si te paras a pensar, ¿qué supone realmente un 75% de incremento del riesgo? ¿Quiere decir que un 10% de los que no consumen cerveza poseen obesidad abdominal frente a un 85% de los que consumen? Seguramente no. Posiblemente, lo que el estudio ha hallado es algo así como que un 10% de los que no consumen cerveza poseen obesidad abdominal frente a un 17.5% de los que consumen cerveza. Es decir, una diferencia en el riesgo absoluto de 7 individuos de cada 100 o de 7 puntos porcentuales, que se convierte en un incremento del 75% en el riesgo relativo. Algo falla.  


La cuestión es que la utilización equívoca del riesgo relativo en vez del riesgo absoluto en la difusión de los resultados en la investigación biomédica, epidemiológica, psicológica y sociológica es una tendencia preocupante. Es equívoca porque la utilización del riesgo relativo magnifica los efectos, en ocasiones no relevantes, hallados en los estudios. Es preocupante porque el riesgo relativo es utilizado cada vez con más frecuencia por los investigadores y los medios de comunicación. Y, sobre todo, es preocupante porque la inadecuada transmisión de los resultados de los estudios en estas disciplinas puede conducir a la población y los responsables políticos a tomar decisiones equivocadas.


Hace tiempo que ando preocupado por esta cuestión. Pero, claro está, no soy el único. El investigador alemán Gerd Gigerenzer, director del Departamento de Conducta Adaptativa y Cognición y director del Centro Harding para la Evaluación de Riesgos​ en el Instituto de Max Planck en Berlín, lleva años alertando de la utilización inadecuada de resultados estadísticos en la comunicación del riesgo en salud. Una introducción a su trabajo sobre la toma de decisiones en situaciones de incertidumbre (en el ámbito de la salud y las finanzas) y la comunicación del riesgo puede leerse en Risk Savvy: How To Make Good Decisions.



En Risk Savvy podemos leer un ejemplo real muy interesante sobre la confusión derivada de utilizar el riesgo relativo. Vayamos con el ejemplo de Gigerenzer:


Un comité del gobierno del Reino Unido alertó a la población con el siguiente mensaje, basado en un estudio con miles de mujeres: las píldoras anticonceptivas de tercera generación incrementan el riesgo de trombosis un 100% frente a las píldoras de segunda generación. La información fue transmitida a los médicos y a los medios de comunicación británicos. Se creó una alarma pública considerable que se tradujo en una reducción del uso de la píldora anticonceptiva entre la población y un incremento de los abortos. Todo por una mala comunicación de los resultados. Porque veamos los detalles del estudio.


El estudio, por lo demás de gran solidez y fiabilidad, mostraba que de 7000 mujeres que tomaron la píldora de segunda generación, cerca de una sufrió una trombosis. De cada 7000 mujeres que tomaron la píldora de tercera generación, aproximadamente dos sufrieron una trombosis. El riesgo absoluto creció de 1 de cada 7000 a 2 de cada 7000; es decir, aumentó en un 1 de 7000. Pero el riesgo relativo creció un 100%. Cualquiera sin formación estadística puede pensar que es un disparate reportar el riesgo relativo. Pero es lo que hicieron los investigadores y los periodistas. Según Gigerenzer, esta utilización espuria del riesgo relativo resultó en 13.000 abortos adicionales durante el año posterior en Inglaterra y Gales.


Otra confusión peligrosa de los hallazgos estadísticos se produce cuando comparamos proporciones, algo muy habitual en la investigación en psicología social y sociología. Imaginemos que en un estudio hallamos que la proporción de personas que defraudan a hacienda es del 4% entre los votantes del partido A y del 8% entre los votantes del partido B. La diferencia entre ambos grupos es de 4 puntos porcentuales, es decir, apenas relevante (hay pruebas adicionales estadísticas para medir la magnitud de esta diferencia). Lo entiende todo el mundo: 4 de cada 100 defraudadores en el partido A frente a 8 de cada 100 en el partido B. La diferencia podría ir de 0 puntos (no habría diferencia entre los grupos) a 100 puntos porcentuales (la diferencia entre los grupos es total). Pero investigadores oportunistas, activistas y periodistas interesados en ultrajar a los votantes del partido B, dirán algo así como que “el doble de votantes del partido B defrauda a hacienda en comparación con el grupo A” (porque 8 es el doble de 4) o que la proporción de defraudadores a hacienda es un 100% mayor entre los votantes del partido B (porque el incremento relativo entre 4 y 8 es el 100%).


En un estudio reciente muy divulgado por la Fundación La Caixa se produce esta confusión malintencionada entre diferencia absoluta y diferencia relativa. Las investigadoras mandaron cientos de CV ficticios de hombres y mujeres a diversas ofertas laborales para examinar si había un sesgo sexista en el reclutamiento de hombres y mujeres. Después de controlar el posible efecto de variables como el nivel educativo o el número de hijos, los resultados mostraron que un 7.7% de las mujeres fue invitada a realizar la entrevista frente a 10.9% de los hombres. Es decir, una diferencia de apenas 3.2 puntos porcentuales entre hombres y mujeres en la probabilidad de recibir una oferta. Una diferencia no relevante (aunque estadísticamente significativa, dada la magnitud de la muestra). Pero las investigadoras, la fundación y los medios de comunicación optaron por un titular engañoso pero más interesante: “Las mujeres tienen un 30% menos de probabilidades de ser citadas a una entrevista laboral que los hombres”. El titular apareció en todos los medios y cadenas televisivas españolas. Las mujeres enfurecieron y las feministas clamaron por la caída del heteropatriarcado capitalista. Todo por unos resultados tramposamente comunicados: 8 de cada 100 mujeres fueron llamadas para la entrevista, frente a casi 11 de cada 100 hombres. Es decir, casi nadie fue llamado a la entrevista con independencia de su sexo. Esa es la realidad. Una diferencia de 3 de cada 100, de 3 puntos porcentuales en una escala de 0 a 100. Una diferencia no relevante. Es lo que debió decir el estudio, por lo demás muy sólido. El resultado no era del gusto de las investigadoras y los medios de comunicación. Pero que la realidad no estropee un buen titular.  


La cuestión es que hay una solución muy sencilla para no confundir al público. Basta con informar del riesgo absoluto en vez del riesgo relativo cuando comparamos el riesgo en dos o más condiciones o bien con informar de las proporciones, porcentajes o prevalencias y no volverlas a convertir en porcentajes. Es una solución muy sencilla. Miremos cómo lo hace una investigadora responsable refiriendo a la investigación sobre cuidados paternos: “Para ponerle algunos números, el estudio encontró que de los bebés de un grupo de madres alentadas a amamantar, el 9 por ciento tuvo al menos un episodio de diarrea, en comparación con el 13 por ciento de los hijos de madres que no fueron alentadas a amamantar. La tasa de erupciones y eczema fue del 3 por ciento frente al 6 por ciento”. Un investigador manipulador habría argumentado que el aumento en los eczemas fue del 100% (diferencia entre el 3 y el 6%). Y eso está mal.


Gigerenzer lleva años alertando de estos y otros despropósitos en la comunicación del riesgo (algunos tan relevantes como la confusión en torno a la supervivencia por pruebas médicas de detección temprana para diversos cánceres; ver la imagen más abajo).


Fact box con los datos bien explicados sobre el efecto, inapreciable en la supervivencia, de las mamografías.


Mientras escribía esto leo: “Un estudio siguió a 12,338 hombres durante nueve años, y encontró que los hombres que no tomaban vacaciones anuales tenían un riesgo un 32% mayor de muerte por ataque cardíaco y un riesgo un 21% mayor de muerte por todas las causas”. El estudio es sólido. Las variables importantes están controladas. Y tomar vacaciones seguramente es importante para la salud y debería ser promovido por las empresas y los responsables políticos. Pero, de nuevo, ¿cuál es la tasa base?, ¿qué supone un incremento del 32%?, ¿cuántos murieron en el grupo que tomó vacaciones frente al grupo que no tomó vacaciones?


Como afirma Gigerenzer, no se trata de que la gente, incluidos los expertos, es incapaz de entender los números. Se trata de mejorar la comunicación de los resultados, de hacerlos más comprensibles. Y también, de no intentar manipular al público. La investigación biomédica y social es importante. No deberíamos pervertirla por una mala comunicación de los resultados.

martes, 16 de abril de 2019

Cultura, organización social y éxito económico: El caso de los países Nórdicos

El efecto de la cultura y la organización social en el desarrollo económico es ampliamente conocido en el ámbito de la sociología, la psicología cultural, la economía o la antropología. La cultura de una sociedad, esto es, los valores, creencias y normas prevalentes en una comunidad humana, incide de formas diversas en comportamientos en el ámbito económico como la cooperación, la tolerancia ante la desigualdad, la equidad o la confianza. La cultura, a su vez, interactúa con dimensiones de la organización social como el grado de homogeneidad, la desigualdad o la cohesión social, que a su vez interactúan con las instituciones políticas así como con las políticas y regulaciones específicas implementadas. La causalidad del desarrollo económico, como de la misma cultura, es más compleja de lo que en ocasiones asumimos. Hay numerosos estudios, algunos clásicos, al respecto. Pero quiero centrarme en la tesis presentada en el libro Debunking Utopia: Exposing the Myth of Nordic Socialism (Nima Sanandaji) sobre la relación entre cultura, organización social y éxito económico en los países nórdicos.

La idea principal de Debunking Utopia es que el éxito económico y social de los países nórdicos se explica, en gran medida, por la conjunción de a) determinadas características socio-culturales previas como la homogeneidad de la población, la elevada cohesión social, la alta confianza interpersonal, el elevado capital humano, la ausencia de conflictos violentos, una fuerte ética del trabajo, una elevada honestidad y un estilo de vida saludable, b) instituciones económicas capitalistas y de libre mercado y c) instituciones políticas y legales inclusivas y estables en el tiempo. Es decir, la visión convencional según la cual el éxito socio-económico de los países nórdicos es resultado de determinadas políticas sociales o económicas durante la segunda mitad del siglo XX olvidaría el fascinante empuje económico producido, por ejemplo, en Suecia entre 1861 y 1914 y determinado, en gran medida por una cultura y organización social particular.  



Pero, ¿qué produjo esa configuración social y cultural tan particular en los países nórdicos? Sanandaji, a partir de la revisión de estudios de sociólogos y economistas europeos, considera que las características de la sociedad nórdica son resultado de una historia social caracterizada por la ausencia de un sistema feudal tan desarrollado como en el resto de Europa, la presencia temprana de derechos de propiedad, la producción agrícola en manos de agricultores independientes con propiedad sobre la tierra, que favorece el esfuerzo y la innovación, y, sobre todo, la homogeneidad étnica, que favorece la cooperación y cohesión social. Estas características prepararon el terreno para uno de los milagros económicos (Suecia era un país relativamente atrasado en el siglo XIX, aunque, no casualmente, contaba con ya con un nivel de alfabetización comparativamente muy elevado) más significativos de la historia, favorecido, a su vez, por políticas efectivas e inteligentes .

Una idea interesante del libro es que la baja desigualdad, en términos de renta, salarios y propiedad de la tierra, de los países nórdicos podría haber sido resultado de la homogeneidad social y étnica previa, que habría favorecido políticas salariales más equitativas al inicio del desarrollo económico. Una alta homogeneidad habría producido más igualdad en la distribución del ingreso y en la propiedad de la tierra, que a su vez habrían producido más confianza y mayor ética del esfuerzo y el ahorro entre la población.

Dos hallazgos mencionados en el libro son especialmente interesantes. En primer lugar, el éxito económico de los suecos emigrados a Estados Unidos en el siglo XIX, así como el de sus descendientes (son más ricos, de media, que los suecos que viven en Suecia), que probaría, de alguna manera, que las características de la población sueca favorecen el éxito en cualquier sociedad libre. En segundo lugar, las dificultades de la población inmigrante en Suecia, con resultados económicos más pobres que en Estados Unidos, lo que parece indicar que Estados Unidos proporciona más oportunidades económicas para la población no autóctona que los países nórdicos.  

Aunque la tesis principal de Sanandaji es que la creación del estado del bienestar en los países nórdicos fue más bien la consecuencia del éxito económico y social escandinavo y no su causa (Sanandaji dedica un capítulo a mostrar los excesos del estado del bienestar sueco y sus efectos nocivos sobre el crecimiento económico), los análisis de Sanandaji esconden ideas apasionantes sobre la relación entre organización social, cultura, instituciones políticas y económicas y políticas públicas. Ideas que muestran la complejidad del desarrollo social y económico sin negar la importancia de las políticas públicas efectivas.

viernes, 22 de marzo de 2019

¿Son las normas morales universales?

Las normas morales -como la prohibición del asesinato, la violación y la tortura, las normas sobre decir la verdad y mantener una promesa- son soluciones sociobiológicas desarrolladas por las comunidades humanas para hacer frente a los problemas de cooperación recurrentes en la vida social. Dado que los individuos en toda sociedad humana hacen frente a un conjunto de retos similares en relación a la cooperación -en esencia, relacionados con el dilema entre cooperar o aprovecharse de otros-, existe un conjunto de normas morales cuasi-universales, sobre las que las distintas sociedades construyen instituciones y prácticas sociales.

Estas dos ideas, a) que la función de la moral es fomentar la cooperación y que, por tanto, las normas morales son el resultado sociobiológico de los problemas derivados de la necesidad de fomentar la cooperación entre los individuos en una sociedad -y no el resultado de alguna deidad o testamento religioso, ideología política o doctrina filosófica- y b) que las normas morales son, en esencia, universales -y no relativas o arbitrarias-, constituyen la base de la moderna visión de la moralidad en disciplinas como la teoría evolutiva, la genética, la biología, el comportamiento animal, la psicología, la neurociencia y la economía.

Uno de los estudios más reveladores sobre la moralidad como cooperación así como sobre el carácter universal de las normas morales es el de los investigadores de antropología social de la Universidad de Oxford Oliver Scott Curry, Daniel Austin Mullins y Harvey Whitehouse Is It Good to Cooperate? Testing the Theory of Morality-as-Cooperation in 60 Societies.

En este estudio, los investigadores analizan las normas morales prevalentes en las distintas sociedades a partir de los registros etnográficos de 60 sociedades. Los autores hipotetizan que siete normas serán consideradas buenas y moralmente importantes en todas las sociedades, dado que estas normas responden a siete problemas o formas básicas de cooperación humana: (1) la asignación de recursos a los familiares; (2) la coordinación para el beneficio mutuo; (3) el intercambio social; y resolución de conflictos (4) la demostración de dominación y (5) la demostración de sumisión; (6) la división de recursos disputados; y (7) el reconocimiento de la propiedad.

El resultado del análisis de contenido de los registros etnográficos de las 60 sociedades muestra, en primer lugar, que existen siete normas morales fundamentales, que responden a los siete problemas de la cooperación:

1. Ayuda a tu familia
2. Ayuda a tu grupo
3. Devuelve los favores
4. Se valiente
5. Respeta a tus superiores
6. Divide los recursos de manera justa
7. Respeta la propiedad de los demás

Estas normas morales básicas están presentes en casi todas las sociedades estudiadas (se observan en todos los continentes), aunque no todas las sociedades enfatizan las siete normas (ver gráfico más abajo).



En segundo lugar, los datos muestran que las siete normas morales son consideradas como positivas en todas las sociedades (ver gráfico), con una única excepción (entre los Chuuk, robar se considera positivo porque muestra la dominancia de una persona).


La perspectiva de la moral como reguladora de la cooperación humana ha permitido proporcionar al estudio de la conducta social humana una teoría unificada de la moralidad. Atrás podemos dejar las antiguas interpretaciones religiosas, filosóficas y relativistas-construccionistas sobre las normas morales.

Puede consultarse el trabajo original en:

Oliver Scott Curry, Daniel Austin Mullins, and Harvey Whitehouse. Is It Good to Cooperate?: Testing the Theory of Morality-as-Cooperation in 60 Societies. Current Anthropology 2019 60:1, 47-69.

domingo, 17 de marzo de 2019

La revolución del sentido

Una organización es un sistema complejo. Como también lo es una comunidad o una sociedad. Optimizar un sistema complejo no es sencillo. Como afirma Fred Koffman en La revolución del sentido, para optimizar un sistema debes suboptimizar sus subsistemas. Porque si optimizas cualquier subsistema, suboptimizarás el sistema. Esta idea, aparentemente paradójica, determina la vida de las organizaciones.

Como cualquier sistema humano, las organizaciones se enfrentan al dilema existente entre egoísmo individual y cooperación. Los individuos suelen estar interesados en perseguir su progreso individual. Pero necesitan, también, conseguir el éxito colectivo. La cuestión, como enfatiza Koffman, es que perseguir el éxito individual puede jugar en contra del éxito colectivo. Y perseguir el éxito colectivo puede reducir las posibilidades del éxito personal. Koffman argumenta que sólo hay una solución al dilema individuo-colectivo en las organizaciones: perseguir el sentido. Veamos con más detalle su argumentación.



En cualquier equipo u organización existe un objetivo colectivo; por lo general, ganar a la competencia. Pero los miembros del equipo u organización tienden a tener, también, objetivos personales. Aunque a veces lo olvidamos, el papel de cualquier miembro de un equipo es contribuir a que el equipo gane, ayudar a que el equipo alcance sus objetivos. Desde una perspectiva colectivista, el papel del individuo es contribuir al éxito colectivo. Pero el individuo persigue, también, satisfacer unas determinadas necesidades y deseos personales. Desde una perspectiva individualista, el papel del individuo es garantizar su progreso personal. De modo que el interés colectivo y el personal suelen entrar en contradicción. Un equipo u organización puede decidir incentivar al colectivo o incentivar a los individuos. O intentar una combinación de ambas estrategias. Según Koffman, en los tres casos los resultados serán pobres.  

Pongamos el ejemplo de un equipo de fútbol. Los directivos pueden hacer un reparto equitativo de un premio monetario al finalizar la temporada. El equipo recibe una cantidad de dinero y esta se reparte por igual entre todos los jugadores, con independencia de su contribución individual. De modo alternativo, pueden premiar a cada jugador en función de su contribución al éxito del equipo: por ejemplo, a los delanteros en función de los goles marcados, a los defensas en función de los goles no recibidos y a los centro-campistas en función de los pases de gol realizados.

Koffman expresa esta diferencia en términos de perspectiva macro y perspectiva micro. Así, nos dice: “Desde una «perspectiva de teoría de sistemas» (macro), los individuos deben subordinar sus objetivos locales para cooperar hacia un objetivo global. Por lo tanto, los gerentes deben usar incentivos globales. Por ejemplo, un gerente de ventas debería compensar a cada vendedor en función de las ventas de todo el equipo en vez de sus ventas individuales (...) Pero desde una «perspectiva de teoría de la agencia» (micro), los individuos deben rendir cuenta de sus resultados independientes. Por lo tanto, los gerentes deben usar incentivos locales. Por ejemplo, un gerente de ventas debería compensar a cada vendedor en función de sus ventas individuales”.

Según nos advierte Koffman, ambos tipos de incentivos producen consecuencias no buscadas indeseables. Los incentivos individuales tienden a generar silos, divisiones y egoísmo. Los incentivos colectivos tienden a destruir la motivación y productividad. Imaginemos un delantero de un equipo de fútbol que es premiado por los goles que marca. ¿Qué sería preferible para el delantero: que su equipo perdiera 4-5 o que su equipo ganara 1-0? Si el delantero responde a sus incentivos personales, debería preferir que su equipo perdiera 4-5, pues mientras él hubiera marcado los cuatro goles, recibiría el incentivo. Es decir, con un incentivo individual, el delantero podría acabar trabajando en contra el interés de su propio equipo. Los incentivos colectivos pueden generar, también, resultados perversos: básicamente, reducir la motivación y fomentar el modo gorrón. Si a los miembros de un equipo de ventas se les premia por igual con independencia de las ventas realizadas, aquellos vendedores de éxito tenderán con el tiempo a ajustarse a la media, es decir, a realizar un esfuerzo menor.

La buena noticia es que hay una forma mejor de abordar este problema. Y es mediante el uso del sentido: el incentivo no material por excelencia (...) La mala noticia es que el tipo de liderazgo que puede hacer que las personas se involucren en un trabajo con sentido es mucho, mucho más difícil de lo que puedes imaginar.
La solución al dilema de los incentivos pasa, según Koffman, por priorizar la búsqueda de un sentido compartido entre los miembros de la organización. Cuando los miembros de un equipo persiguen un propósito superior que consideran noble, trascendente y ético, con personas en las que confían y con las que se sienten conectados, el dilema entre individuo y colectivo desaparece. El sentido vital, la realización de que nuestra vida tiene algún propósito que va más allá de nosotros mismos, es una necesidad psicológica universal y un pilar básico de la felicidad. Los individuos persiguen su sentido vital de formas diversas. Pero el trabajo o la vocación es una de las vías fundamentales en la búsqueda del sentido vital.

Y es aquí donde entra en juego el liderazgo. Como afirma Koffman, el liderazgo emerge a partir de nuestra necesidad humana de dotar a nuestras vidas de sentido. Pero no todos los líderes son capaces de generar sentido en una organización. El liderazgo de sentido es, en palabras de Koffman, aquel que es capaz de involucrar a los miembros del equipo o la organización en la persecución de un objetivo común que consideran noble y valioso. Los líderes “trascendentes” son líderes éticos, conscientes del sentido de su vida, y capaces de inspirar a otros para perseguir juntos un propósito superior.

El liderazgo trascendente no se puede fingir. No se consigue con intervenciones hipócritas y sin fundamento. Koffman expone las dificultades y proporciona algunas pautas básicas.

Cuando el individuo trabaja en la consecución de un propósito superior, cuando se siente conectado con sus compañeros, cuando existe una adecuada combinación de autonomía y dirección, así como pautas efectivas de comunicación, los individuos se sienten integrados y diferenciados. El dilema entre individuo y colectivo desaparece.

sábado, 19 de enero de 2019

Las leyes del éxito

El éxito es el reconocimiento que una comunidad o sociedad otorga a un individuo, un producto o una idea. El éxito depende de la actuación, adecuación o talento de la persona o la idea. Pero el éxito es, en gran medida, una respuesta de la sociedad. Y esta respuesta tiene unas reglas que pueden conocerse. Esta es la tesis del científico de redes Albert-Laszlo Barabasi. En The Formula: The Universal Laws of Success nos introduce a las cinco leyes del éxito.
La diferencia entre el logro, el desempeño, la habilidad, el talento, la calidad, el fitness de una persona en un ámbito de actuación, un producto o una idea, y el éxito de esa persona, idea, producto o servicio es una cuestión esencial. El logro, el rendimiento, la calidad, el talento son fenómenos atribuibles al individuo, la idea, el producto o servicio, mientras que el éxito tiene un origen social, es sobre nosotros como sociedad, refleja la recompensa que otorgamos a individuo, producto o idea (ej. ventas, salario, apreciación social, premios, etc.). Logro y éxito pueden estar correlacionados. Un producto de gran calidad puede vencer, incluso, una influencia social inicialmente desfavorable. Pero la correlación dista de ser perfecta.



Barabasi nos presenta lo que considera las cinco regularidades fundamentales del éxito:

1. La habilidad determina el éxito, pero cuando la habilidad no es medible, las redes determinan el éxito. Barabasi refiere a su investigación sobre el mundo del tenis, un deporte en el que es relativamente sencillo medir la habilidad. En este caso, el éxito está muy relacionado con la habilidad. Los tenistas más habilidosos (medido por los partidos ganados o los puntos obtenidos), como Nadal o Federer, son también los más exitosos (los que más ingresos obtienen). En el otro extremo, en el mundo del arte, en el que la habilidad, a partir de cierto nivel es difícil de medir, el éxito es, en gran medida, el resultado de la explotación exitosa de las redes que determinan el éxito (ej. galerías importantes, publicidad, otros artistas, etc.). Es decir, la habilidad junto con la ambición determinan el éxito en los ámbitos en los que es fácil medir la habilidad. Cuando es difícil medir la habilidad, las redes determinan el éxito.



2. La habilidad o el rendimiento están limitados, el éxito no.  La habilidad tiene un rango limitado (nuestra habilidad o la calidad de una idea suele variar en un gradiente limitado; ej. de 0, muy baja, a 10, excelente). La distribución de la habilidad en una población se aproxima a una curva normal: la mayoría tiene un talento medio, unos pocos tienen un talento muy bajo y unos pocos tienen un talento muy alto. Sin embargo, el éxito no tiene un rango limitado (¿cuántas millones de copias puede vender un libro de éxito en 100 años?) y su distribución tiende a adoptar la forma de la ley potencial (power law): la mayoría de los individuos o productos consiguen un éxito limitado o nulo mientras que unos pocos individuos o productos consiguen un éxito enorme.



Pensemos en Messi o la novela Harry Potter. Messi consigue posiblemente 1.5 veces más goles que un delantero medio de primera o segunda división. La novela Harry Potter produce, seguramente, un placer de lectura entre los jóvenes 2 o 3 veces más elevado que una novela media. Pero Messi consigue cientos de miles de euros más que el delantero medio o que un delantero de segunda división y las ventas de Harry Potter son decenas de millones más elevadas que una novela media de una editorial juvenil.

La diferencia entre una distribución normal (como la de la altura, el peso o la inteligencia) y una ley potencial (como la de las ventas, la atención a los artículos de prensa) es de gran interés en el ámbito de las ciencias sociales, pues ambas representan fenómenos sociales de un carácter muy diferente. Ambas se observan en numerosos fenómenos de la vida natural y social.

3. Adecuación x Éxito previo= Éxito futuro

Si pensamos en un producto o servicio, hay dos elementos fundamentales en el éxito. En primer lugar, el fitness del producto, servicio o idea. El concepto de fitness referiría a la adecuación del producto o servicio, que incluiría la calidad del mismo, así como la medida en que satisface alguna necesidad de los individuos. Todos estamos de acuerdo en que ciertos productos tienen un mejor fitness que otros (el Iphone, Neftlix, etc.). Y hay evidencias de que una adecuación alta de un producto puede vencer la influencia -o la falta de- influencia social. Pero hay un segundo factor tan importante como la calidad o adecuación de un producto. Se trata del éxito previo, referido en algunos ámbitos como efecto de red o efecto Mateo: aquellos productos o servicios que tienen un éxito inicial tienden a acumular más éxito en el futuro. Algunos de los estudios que muestra Barabasi son sorprendentes (como el conocido experimento de Music Lab). El sociólogo Arnout van de Rijt ha mostrado, por ejemplo, que los proyectos de Kickstarter (una página web en la que individuos anónimos pueden financiar proyectos presentados por cualquier individuo sobre cualquier temática) que son financiados al inicio con independencia de su calidad (los investigadores los financiaron aleatoriamente) acumulan una mayor financiación al final del plazo que aquellos no financiados inicialmente. El éxito inicial, a veces producto del azar o la arbitrariedad, genera éxito en el largo plazo.

4. Mientras que el éxito de un equipo requiere diversidad y equilibrio, un individuo recibirá el reconocimiento por los logros del equipo.

Los equipos pueden tener un rendimiento alto, pero pueden no ser exitosos. Los equipos con rendimiento alto suelen tener un equilibrio entre cohesión y diversidad así como pautas eficaces de comunicación. Los equipos que tienen éxito tienden a tener un líder natural que es significativamente más productivo que el resto del equipo. El entorno social percibirá, por lo general, a este líder como el responsable de los logros del equipo.  

5. El éxito puede llegar a cualquier edad mientras seamos persistentes.

La última ley nos dice que el éxito es independiente de la edad, si somos capaces de persistir en la consecución del éxito. Barabasi analiza la productividad de científicos en distintos ámbitos. Lo que parece una caída del éxito (en la forma de descubrimientos significativos) con la edad de los investigadores es, en realidad, una caída del esfuerzo y persistencia del investigador con la edad. Los investigadores más jóvenes realizan más apuestas (lanzan más ideas o proyectos) que los investigadores más mayores. Cuantas más apuestas realizas, mayor probabilidad de éxito. Barabasi considera que el talento de un investigador (su capacidad para convertir una idea en un descubrimiento) está fijado una vez el investigador accede a un ámbito del conocimiento. Después, el éxito estará en función del valor de la idea así como de la persistencia en el lanzamiento de ideas.

El éxito es, en definitiva, el resultado de la relación entre el talento y la ambición del individuo, la adecuación y el valor de la idea o producto, la persistencia y la influencia social. Para entender las leyes que dominan esta compleja interrelación, The Formula es un libro muy recomendable.