¿Es realista un futuro sin combustibles fósiles para 2050? Vaclav Smil dice que "probablemente no"
Estamos constantemente bombardeados con mensajes sobre la crisis climática y la necesidad de alcanzar las emisiones "netas cero" para 2050. Gobiernos, empresas y activistas por igual promocionan este objetivo como esencial para evitar un calentamiento global catastrófico. Pero, ¿se trata de un objetivo alcanzable?
Probablemente no. Ese es el argumento presentado por Vaclav Smil, un reconocido experto en energía, en su ensayo "Halfway Between Kyoto and 2050: Zero Carbon Is a Highly Unlikely Outcome" (A Medio Camino Entre Kioto y 2050: El Carbono Cero es un Resultado Altamente Improbable). Smil, conocido por sus opiniones basadas en datos y a menudo contrarias a la mayoría, no niega la necesidad de esfuerzos para frenar el cambio climático. En cambio, argumenta que se está subestimando enormemente la magnitud y la complejidad de la transformación del sistema energético mundial.
El argumento de Smil se puede resumir en los siguientes puntos clave:
1. La Historia muestra que las Transiciones Energéticas son lentas: Pensemos en el cambio de la madera y la energía animal al carbón y el petróleo. Eso llevó siglos, e incluso hoy, miles de millones de personas todavía dependen de la biomasa tradicional para necesidades básicas. Smil señala que, después de más de dos siglos utilizando combustibles fósiles (el petróleo y, en menor medida el gas y el carbón), estos todavía representan el 82% del consumo mundial de energía. La historia sugiere que renovar por completo nuestra infraestructura energética en solo unas pocas décadas no tiene precedentes.
2. El objetivo es enorme: Incluso si asumimos que necesitaremos menos energía en el futuro debido a las mejoras en la eficiencia, la cantidad de energía limpia que necesitamos construir es asombrosa. Smil calcula que solo hemos avanzado un 15% del camino. Tendríamos que añadir energía renovable a un ritmo seis veces más rápido de lo que lo hemos hecho durante las últimas tres décadas, y mantener ese ritmo durante las próximas tres décadas.
3. La inversión actual en energía limpia, aunque significativa, es una gota en el océano en comparación con lo que Smil estima que se necesita. Estamos hablando de billones de dólares por año, potencialmente el 20% de la producción económica mundial, de forma constante, hasta 2050. Ese es un compromiso financiero masivo que parece política y económicamente improbable.
4. Más allá de la energía eólica y solar: Smil destaca los desafíos "ocultos". ¿Cómo descarbonizamos industrias pesadas como la producción de acero y cemento? ¿Qué pasa con la aviación y el transporte marítimo de larga distancia? ¿De dónde obtendremos todos los materiales (cobre, litio, etc.) necesarios para esta construcción masiva, y cuáles son los impactos ambientales de esa minería? Estos son problemas complejos sin soluciones fáciles y disponibles.
5. Geopolítica. Se requiere cooperación global, pero los grandes jugadores tienen prioridades diferentes.
¿Es Smil simplemente un pesimista? Contraargumentos potenciales
Aquí hay algunos contraargumentos a la perspectiva de Smil:
- Avances tecnológicos: Smil podría estar subestimando el potencial de tecnologías revolucionarias. ¿Qué pasa si vemos grandes avances en el almacenamiento de energía, la captura de carbono o incluso la energía de fusión? Estos podrían acelerar drásticamente la transición.
- Crecimiento exponencial: El costo de la energía renovable se ha desplomado en los últimos años y la adopción se está acelerando. Es posible que veamos un crecimiento exponencial, haciendo que la transición sea más rápida de lo que sugeriría una proyección lineal.
- El poder de la política: Los gobiernos tienen herramientas poderosas (impuestos al carbono, regulaciones, subsidios) que pueden impulsar el cambio. Una acción global fuerte y coordinada podría acelerar significativamente las cosas.
- No tiene que ser todo o nada: Incluso si no alcanzamos la descarbonización completa para 2050, reducciones significativas siguen siendo increíblemente valiosas. Apuntar a, digamos, una reducción del 50% seguiría siendo un logro importante y mitigaría muchos de los peores impactos climáticos.
- Presión pública: La población de muchos países está presionando a los gobiernos y empresas para que tomen medidas drásticas contra el cambio climático.
Vayamos un ejemplo concreto. En lugar de apuntar a lo aparentemente imposible (la descarbonización completa para 2050), ¿qué pasaría si un país como España apuntara a una reducción muy ambiciosa, pero potencialmente alcanzable, del 70% en las emisiones de CO2 respecto a 2022 (casi emisiones netas cero)? Aquí hay un escenario probale, sector por sector:
- Electricidad: Casi completamente libre de carbono, impulsada por energía solar, eólica e hidráulica, con algo de respaldo de gas natural (posiblemente con captura de carbono en el futuro).
- Transporte: La mayoría de los automóviles y camiones ligeros serán eléctricos. Los camiones pesados, los barcos y los aviones seguirán utilizando algunos combustibles fósiles, pero con cantidades crecientes de biocombustibles y e-combustibles (combustibles sintéticos fabricados con energía renovable).
- Industria: Cierto progreso en la electrificación de fábricas y el uso de combustibles más limpios, pero las industrias pesadas como el cemento seguirán emitiendo.
- Edificios: Mucha más eficiencia en calefacción y refrigeración, con un uso generalizado de bombas de calor.
- Agricultura: Algunas reducciones a través de mejores prácticas agrícolas, pero este sector es inherentemente difícil de descarbonizar por completo.
- Residuos: Menos residuos en general y una mejor gestión de los vertederos para capturar metano.
Conclusión:
El trabajo de Smil es un valioso recordatorio de que la transición energética es una tarea monumental. Si bien debemos esforzarnos por alcanzar objetivos climáticos ambiciosos, también debemos ser realistas sobre los desafíos y evitar prepararnos para el fracaso. Un enfoque más pragmático, centrado en reducciones sustanciales pero alcanzables, podría ser el camino más efectivo a seguir. Es una maratón, no un sprint, y comprender la escala del desafío es el primer paso para abordarlo de manera efectiva.
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