Así comienza la interesante entrevista a Matthew Lieberman, profesor de neurociencia social y autor de Social. La he rescatado estos días, mientras reflexionaba sobre nuestra necesidad de conectar con otras personas y sobre la angustia que se produce cuando se rompe un vínculo importante para nosotros.
Como afirma Lieberman, aunque las sociedades occidentales enfatizan la independencia, el logro personal, la búsqueda de nuestro propio destino, los seres humanos estamos programados para conectarnos con otros seres humanos. Desde nuestros cuidadores durante la infancia a nuestros amigos en la edad adulta, nuestros familiares y compañeros o nuestras parejas sentimentales, nuestra conexión con otras personas es una pieza fundamental de nuestro bienestar. Somos, ante todo, un animal social. La conexión social es una necesidad, no un lujo.
Cuando los vínculos interpersonales que establecemos son dañados o amenazados, sufrimos profundamente. La razón evolutiva es sencilla. Las cosas que nos causan daño son aquellas que han representado una amenaza para nuestra supervivencia en nuestra evolución como miembros del género Homo. Nuestra supervivencia como miembros de una especie hipersocial depende, en gran medida, de la pertenencia a un grupo cohesionado. Así que romper nuestra conexión con una persona querida es tan doloroso como la amputación de un miembro de nuestro cuerpo. Porque evolutivamente, una herida social es tan perjudicial para nuestra supervivencia como una herida física.
Rick Hanson, en su último libro sobre la felicidad, refiere a los tres “sistemas operativos” de nuestro cerebro configurados para dar respuesta a tres necesidades básicas para la supervivencia: el sistema de evitación, encargado de evitar amenazas; el sistema de accesión, que nos permite acceder a recompensas; y el sistema de apego, que nos permite conectar con los demás. Nuestras necesidades básicas son, por tanto, la seguridad, la satisfacción y la conexión.
Rick Hanson, en su último libro sobre la felicidad, refiere a los tres “sistemas operativos” de nuestro cerebro configurados para dar respuesta a tres necesidades básicas para la supervivencia: el sistema de evitación, encargado de evitar amenazas; el sistema de accesión, que nos permite acceder a recompensas; y el sistema de apego, que nos permite conectar con los demás. Nuestras necesidades básicas son, por tanto, la seguridad, la satisfacción y la conexión.
Perseguimos sentirnos a salvo y satisfechos. Pero, sobre todo, perseguimos sentirnos conectados. Como afirma Hanson, cuando nuestro sistema de apego está en modo proactivo, tendemos a sentirnos conectados, incluidos, sociables. Somos capaces de experimentar amor. Cuando nuestro sistema entra en modo reactivo, nos sentimos infravalorados, excluidos, separados. Experimentamos angustia.
La angustia, el dolor social, es una señal de nuestra desconexión, de la ruptura de un vínculo importante. La angustia nos recuerda nuestra verdadera naturaleza social.
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