Tengo nuevo estudio favorito. Seguro que recuerdan el ya clásico experimento de la golosina (marshmallow test). Unos investigadores ofrecen a niños de seis años la posibilidad de obtener dos golosinas si esperan 15 minutos sin comerse una golosina. Esos 15 minutos resultan una eternidad para la mayoría de niños, que se acababan comiendo la golosina prohibida. Pero algunos son capaces de resistir la tentación. Los niños difieren en su capacidad de aguante (minutos sin comer la golosina), es decir, de autocontrol. Y este autocontrol expresado en el test de la golosina, sabemos por estudios posteriores, está asociado positivamente a numerosos indicadores de resultado en la vida adulta tales como rendimiento académico, menor abuso de sustancias, autoconfianza o mejores habilidades interpersonales.
Pues bien, el estudio Rational snacking: young children's decision-making on the marshmallow task is moderated by beliefs about environmental reliability (2013), de la investigadora Celeste Kidd y colaboradores, da una vuelta de tuerca al estudio de las golosinas. Los niños de seis años difieren en su capacidad de autocontrol. De acuerdo. Pero, ¿qué influencia tiene el entorno en la capacidad de autocontrol de los niños?
Los investigadores decidieron aplicar el test de la golosina a una muestra de niños. Pero esta vez, antes de aplicar el test, modificaron las condiciones del entorno, afectando a las expectativas de los niños. Veamos cómo. Todos los niños fueron acompañados a una sala de dibujo antes de realizar el test. En la condición poco fiable, el investigador pidió a los niños que esperaran antes de dibujar, argumentando que les traería un juego de pinturas nuevo. Pasados unos minutos, el investigador volvió con las manos vacías y explicó que se habían acabado las pinturas nuevas. En la condición fiable, el investigador pidió a los niños que esperaran, pues volvería con pinturas nuevas. Pasados unos minutos, el investigador volvió con una caja de pinturas nueva. Los niños pudieron pintar con ellas. Ambas condiciones fueron repetidas con ciertas variaciones en una ocasión más.
Después de dibujar los niños procedieron al test de la golosina. El resultado fue que los niños sometidos a la condición fiable esperaron una media de 10 minutos más (en un periodo de 0 a 15 minutos) que los niños en la condición no fiable. Una diferencia muy importante. En el grupo no fiable, sólo el 7% de los niños esperó sin comerse la golosina para recibir las dos golosinas adicionales. En el grupo fiable, el 60% de los niños fue capaz de aplazar la gratificación instantánea de comerse la golosina y esperar para conseguir dos golosinas adicionales. Una respuesta conductual tremendamente diferente.
Después de dibujar los niños procedieron al test de la golosina. El resultado fue que los niños sometidos a la condición fiable esperaron una media de 10 minutos más (en un periodo de 0 a 15 minutos) que los niños en la condición no fiable. Una diferencia muy importante. En el grupo no fiable, sólo el 7% de los niños esperó sin comerse la golosina para recibir las dos golosinas adicionales. En el grupo fiable, el 60% de los niños fue capaz de aplazar la gratificación instantánea de comerse la golosina y esperar para conseguir dos golosinas adicionales. Una respuesta conductual tremendamente diferente.
Dentro de ambos grupos, por supuesto, los niños difirieron en su capacidad de aguante. Unos niños consiguieron aguantar y otros no. El auto-control previo del niño siguió siendo importante en su capacidad de espera. Pero las expectativas de los niños sobre el entorno tuvieron un papel tan importante o más que el auto-control. Los niños en la condición no fiable adquirieron, de su experiencia con el entorno, la expectativa de que aplazar la gratificación no produce resultados favorables. En alguna medida, sucumbir a la tentación era la opción racional de acuerdo con su experiencia. Algunos niños en la condición fiable fueron incapaces de resistir la tentación, pero la mayoría en este grupo pospuso la gratificación inmediata gracias a una expectativa favorable.
Los resultados de un único estudio resultan insuficientes para asegurar la existencia de un vínculo causal entre expectativas y conducta. Pero los datos de Kidd y colaboradores refuerzan la consistencia de otros estudios. Y su manera de transmitirlos es parsimoniosa e inspiradora.
Las implicaciones son relevantes. Ciertas conductas censurables que observamos en nuestra sociedad son el resultado de una baja confianza, de una expectativa negativa sobre el entorno, propiciadas por un entorno no fiable, y no de una propiedad inmutable de nuestra sociedad. Si mi jefe o mi compañera, mi maestro, mi vecina, mi compañía de teléfono o mis responsables políticos me han defraudado, ¿por qué intentar ejercer mi autocontrol? Una conducta aparentemente irrelevante, como no mantener una promesa, puede tener un impacto significativo sobre los miembros de nuestra red social, multiplicando exponencialmente sus efectos.