Cómo entender la economía de China

Ando leyendo el magnífico libro de Rafael Dezcallar El ascenso de China: Una mirada a la otra gran potencia (Deusto) y me ha hecho reflexionar sobre lo siguiente:

A menudo, cuando intentamos comprender el sistema socio-económico y político de China, caemos en la trampa de nuestras propias categorías. ¿Es comunista? No, si miramos sus empresas privadas y multimillonarios. ¿Es capitalista? Tampoco, si atendemos a la omnipresencia de un partido único que no rinde cuentas a nadie. La realidad, como suele ocurrir con los fenómenos complejos, se resiste a las etiquetas simples.

Para entender a la China del siglo XXI, es mucho más útil pensar en su modelo no como un "ismo" puro, sino como un cóctel extraordinariamente potente, una amalgama de ingredientes que, a primera vista, parecen incompatibles. Si tuviéramos que escribir la receta de este sistema que ha protagonizado el ascenso más fulgurante de la historia moderna, constaría de cuatro elementos clave que se refuerzan mutuamente:

  • El motor económico: Una economía de mercado controlada

  • El chasis político: Un autoritarismo leninista de acero.

  • El pegamento social: Un confucianismo convenientemente reinterpretado.

  • El lubricante operativo: Un pragmatismo sin complejos.

Vamos a analizar cada uno de estos ingredientes.

El motor: Una economía de mercado controlada

Si algo define la China moderna es su espectacular capacidad para crear riqueza. Este milagro no tiene nada de comunista; es el resultado de haber adoptado, con un fervor casi religioso, los mecanismos del mercado. Desde que Deng Xiaoping iniciara sus reformas a finales de los 70, China desató una energía productiva colosal permitiendo que el mercado, la oferta y la demanda, fijaran la mayoría de los precios.

Esto se manifiesta en:

  • Economía de mercado: Desde las reformas de Deng Xiaoping a finales de los años 70, el mercado, y no el Estado, determina el precio de la gran mayoría de bienes y servicios. Esto ha desatado una inmensa energía productiva.

  • Sector privado dinámico: Empresas privadas, tanto nacionales (como Alibaba, Tencent, Huawei) como extranjeras, son responsables de una parte sustancial del PIB de China (más del 60%) y de la creación de empleo (más del 80%).

  • Control estratégico estatal: A pesar de la apertura, el Estado nunca ha cedido el control total. El Partido Comunista de China (PCCh) mantiene un firme dominio sobre sectores estratégicos como la banca, la energía, las telecomunicaciones y la defensa a través de gigantescas empresas de propiedad estatal (SOE, por sus siglas en inglés). E influye en el consejo de las empresas privadas. El Estado actúa como el principal inversor, planificador y regulador, dirigiendo el capital hacia metas nacionales.

En esencia, China utiliza la competencia y la eficiencia del capitalismo como un motor para alcanzar sus objetivos nacionales, pero se reserva el derecho de tomar el volante cuando lo considera necesario.

El chasis: Autoritarismo leninista

Si la economía funciona con lógica capitalista, la estructura política es inequívocamente leninista. Esto es crucial: el PCCh no es un simple partido en el gobierno, como podríamos entender en Occidente. El Partido es el Estado.

Su monopolio del poder es absoluto. No hay oposición política, ni sistema judicial independiente, ni prensa libre. El Ejército Popular de Liberación jura lealtad al Partido, no a la nación. El poder fluye de manera vertical y jerárquica desde la cúspide —el Comité Permanente del Politburó, y en última instancia, el Secretario General— hacia abajo, a través de una burocracia masiva y disciplinada.

Este control se extiende a toda la sociedad. Mediante una sofisticada combinación de propaganda, la censura del "Gran Cortafuegos" digital y un sistema de vigilancia tecnológica sin precedentes, el Partido moldea la opinión pública y neutraliza cualquier disidencia antes de que pueda cobrar forma. Este chasis autoritario proporciona una estabilidad a prueba de bombas y una capacidad de movilización de recursos que ninguna democracia podría igualar, permitiéndole ejecutar planes a escala continental.

El pegamento: Confucianismo

Aquí es donde el cóctel se pone realmente interesante. Tras décadas de denigrar a Confucio durante la era de Mao, el Partido ha rescatado y adaptado selectivamente esta filosofía milenaria para que actúe como aglutinante social y fuente de legitimidad.

El confucianismo promueve valores que favorecen la estabilidad social como el respeto por la jerarquía y la autoridad, que presenta el orden social como un sistema de relaciones verticales (gobernante-súbdito, padre-hijo) donde la armonía se logra cuando cada uno cumple su rol. Segundo, el énfasis en el colectivo por encima del individuo, un contrapeso cultural perfecto al individualismo occidental que justifica el sacrificio personal en nombre del "gran rejuvenecimiento de la nación china".

Finalmente, la idea confuciana de una meritocracia gobernada por una élite de "guardianes" virtuosos y competentes es utilizada por el PCCh para proyectarse a sí mismo como el único grupo capacitado para guiar al país hacia la grandeza. El Partido se presenta no como un poder impuesto, sino como la vanguardia natural y más preparada de la sociedad.

El lubricante: Pragmatismo

Si los tres ingredientes anteriores parecen un amasijo de contradicciones, el pragmatismo es el aceite que permite que todos los engranajes funcionen legítimamente. 

Si una política de libre mercado funciona para crear empleo y fortalecer al Estado (y por tanto, al Partido), se adopta sin miramientos. Como decía el propio Deng: "No importa si el gato es blanco o negro, mientras cace ratones".

Este enfoque se basa en la experimentación controlada. Las grandes reformas de China, como las Zonas Económicas Especiales que la convirtieron en la fábrica del mundo, empezaron como experimentos locales. Si funcionan, se escalan al resto del país. Si fracasan, se entierran discretamente sin desestabilizar el sistema. Esta flexibilidad ha permitido a China adaptarse y evolucionar a una velocidad asombrosa, pasando de ser un productor de manufacturas baratas a un líder en inteligencia artificial, todo ello sin renunciar un ápice a su control político.

Un sistema resiliente, pero con tensiones

Este cóctel de capitalismo dirigido, control leninista, legitimidad confuciana y flexibilidad pragmática es lo que se esconde tras la etiqueta oficial de "socialismo con características chinas". Ha demostrado ser una fórmula de un éxito apabullante para modernizar un país y mejorar la vida material de cientos de millones de personas.

Sin embargo, sería ingenuo no ver las profundas tensiones que alberga. La contradicción entre el control autoritario y la económica, la contradicción entre homogeneidad y control social y la libertad creativa que necesita la innovación a largo plazo, la capacidad del Partido de controlar la corrupción, mantener el dinamismo y la excelencia, las crecientes desigualdades que genera su economía y, sobre todo, la dependencia de un crecimiento económico constante para mantener la legitimidad del Partido.

Comprender esta compleja y singular receta es el primer paso indispensable para analizar, sin prejuicios ni simplificaciones, el rumbo que está tomando la gran potencia del siglo XXI.





Comentarios

Entradas populares