La herejía del desarrollo: Por qué el dinero y los planes no bastan para que un país gane
En su lúcida y necesaria obra, "Apostar por el desarrollo: Por qué unos países ganan y otros pierden", el economista Stefan Dercon nos invita a dar un salto intelectual: dejar de buscar una receta política única o una "bala de plata" y centrar nuestra atención en un prerrequisito fundamental, a menudo ignorado: el principal factor que impulsa el éxito es la aparición de un "acuerdo para el desarrollo", un pacto subyacente entre las élites de un país para comprometerse genuinamente con el crecimiento y el progreso económico.
Aquí es donde el libro de Dercon se vuelve fascinante. No se limita a proponer un nuevo conjunto de políticas. En su lugar, cambia el nivel de la explicación. El debate sobre el desarrollo ha estado obsesionado con la pregunta del qué (¿más Estado o más mercado?, ¿inversión en sanidad o en infraestructuras?). Dercon sostiene que esta es la pregunta equivocada. La pregunta crucial es el porqué: ¿por qué algunas élites deciden implementar políticas económicas sensatas —sean cuales sean en sus detalles— mientras otras, a pesar de las promesas, nunca lo hacen?
La limitación esencial, argumenta, no reside en los detalles de las políticas económicas, sino en cómo los países son gobernados y gestionados por quienes ostentan el poder. Nos obliga a pasar de una explicación próxima (la política fallida) a una explicación última (la ausencia de un pacto en la élite que permita que cualquier política sensata funcione). Sin este pacto, cualquier plan, por brillante que sea en el papel, está condenado a ser mero "teatro".
La tesis de Dercon choca directamente con nuestra intuición, especialmente el de la comunidad internacional del desarrollo. Nos hemos acostumbrado a modelos mentales simples, como la idea de que podemos exportar un "hilo dorado" de buena gobernanza, Estado de derecho y mercados libres, y esperar que florezca el progreso. O, más recientemente, que podemos alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) si simplemente calculamos su coste y movilizamos la financiación, un enfoque que Dercon critica por reducir el desarrollo a un mero problema de contabilidad e ignorar cómo se produce realmente el cambio.
El libro sostiene que los principales retos del desarrollo residen en el interior de los propios países. La variable clave es si la élite —líderes políticos, empresariales, militares e intelectuales — llega a un acuerdo en el que su mejor opción, ya sea para obtener legitimidad o simplemente mayores beneficios, es apostar colectivamente por el crecimiento a largo plazo. Este pacto no tiene por qué ser genuino. Puede surgir de la necesidad de paz tras un conflicto o de la cruda sustitución de "bandidos errantes por bandidos estacionarios", como diría Mancur Olson. Lo crucial es que el acuerdo sea real, creíble y se traduzca en acción.
Es al contrastar casos reales donde la tesis de Dercon cobra vida:
- El contraste Etiopía vs. RDC: Dercon relata reuniones en ambos países. En la RDC, los planes eran papel mojado porque los poderosos no tenían ningún interés en que las políticas de desarrollo tuvieran éxito; su pacto se basa en la depredación ordenada y el reparto de rentas. En Etiopía, en cambio, aunque el guion económico era imperfecto, la actuación de los funcionarios era "totalmente convincente". Existía un compromiso real de la élite que se tradujo en la década de mayor crecimiento del mundo antes de la COVID-19. El pacto etíope empoderó a tecnócratas capaces para gestionar la economía, mientras que en la RDC los tecnócratas carecían de poder real.
- Los pragmáticos asiáticos: China es el ejemplo paradigmático. Su despegue no fue solo una genialidad de Deng Xiaoping, sino la consolidación de un nuevo pacto en el Partido Comunista que elevó la economía por encima de la ideología. La famosa máxima de Deng, "no importa si un gato es blanco o negro mientras cace ratones", es la expresión simbólica de un pacto por el desarrollo que valora los resultados por encima de la pureza dogmática.
- El caso de Bangladés es igualmente revelador, demostrando que se puede lograr un desarrollo exitoso incluso con un Estado débil. Tras su caótica independencia, surgió un pacto de élite funcional centrado en la estabilidad macroeconómica y la apertura a los mercados. El Estado hizo "lo justo" para no estorbar y permitió que el dinamismo del sector privado (textil) y las ONG (sanidad) impulsara un crecimiento inclusivo.
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