sábado, 25 de noviembre de 2017

Variaciones sobre la obediencia a la autoridad

Si ha oído hablar del famoso experimento de Milgram (realizado en los años 60s en los Estados Unidos), seguro que le sorprendió el poder que la autoridad puede tener sobre la conducta de los individuos. Por si no lo recuerda, el investigador pedía a los sujetos que aplicaran descargas eléctricas a otros sujetos (que hacían el papel de alumnos) cada vez que éstos fallaran una pregunta planteada por el investigador. Cada fallo sucesivo del alumno (en realidad, cómplice del estudio) era acompañado de una petición de descarga eléctrica de mayor potencia. Los resultados del estudio mostraron que, a petición del investigador, 6 de cada 10 individuos aplicaron el voltaje máximo a los alumnos (450 voltios). Podrían haberlos matado (puede ver más detalles del estudio aquí).

El estudio, a través del cual Milgram pretendía comprender el porqué del sadismo mostrado por muchos oficiales de la Alemania nazi contras los judíos, evidenció que los seres humanos tienden a obedecer a la autoridad, incluso cuando esto implica hacer daño a otros seres humanos inocentes. Aunque lo parezca, el experimento de Milgram no mostraba una tendencia al sadismo entre los participantes, sino, más bien, la fuerza de la obediencia a la autoridad. Como indica el artículo de Wikipedia: “Todos (los sujetos experimentales) se mostraban nerviosos y preocupados por el cariz que estaba tomando la situación y, al enterarse de que en realidad la cobaya humana no era más que un actor y que no le habían hecho daño, suspiraban aliviados”

Pero hay una cuestión que ha pasado desapercibida sobre los resultados del estudio de Milgram, y que detalla con gran precisión Michael Bond en The Power of Others. En torno a 6 de cada diez individuos obedecieron a la autoridad hasta grados extremos (es lo que habrían hecho muchos individuos, por otro lado personas sensatas, en la Alemania nazi).  Pero, ¿era posible modular este resultado?

Bien, resulta que Milgram, como buen investigador minucioso, llevó a cabo el experimento en repetidas ocasiones, alterando el contexto institucional del estudio, así como ciertas condiciones experimentales (proximidad del investigador, presencia de otros sujetos, etc.).

En una de sus variantes, Milgran trasladó el experimento desde los laboratorios de la Universidad de Yale a la ciudad industrial de Bridgeport. El investigador universitario, imagino que ataviado con una bata blanca, fue sustituido por un instructor vestido de paisano. ¿Los resultados? Se redujo la proporción de sujetos obedientes a cerca de la mitad.

En otra variante del estudio, el sujeto investigado era acompañado por dos personas más, cómplices del investigador. Los tres sujetos debían trabajar conjuntamente. Pero ahora, uno de los cómplices abandonaba preocupado el estudio cuando la descarga al alumno llegaba a los 150 voltios. El segundo cómplice abandonaba en el siguiente nivel de voltaje. El resultado: solo 1 de cada 10 individuos prosiguió administrando descargas hasta los 450 voltios. Una reducción de más de 50 puntos porcentuales en la obediencia simplemente por la influencia de los pares.



Otra variante del estudio mostró un resultado más amenazador. El investigador pidió a los sujetos voluntarios investigados que ejercieran un papel más burocrático, cediendo el control de la máquina de descarga a un individuo cómplice del estudio. En este caso, más de 9 de cada 10 sujetos colaboró en aplicar la descarga máxima al alumno incompetente. Es decir, reducir la responsabilidad final del acto y aumentar la distancia psicológica con el mismo produjo que casi todos los sujetos decidieran obedecer.  

Cuenta Michael Bond que la mayoría de estudios posteriores ha confirmado la tendencia universal a la obediencia a la autoridad. Sin embargo, un estudio en los años 70 con jóvenes universitarias en Australia mostró que más de 8 de cada diez participantes rechazaron aplicar descargas. ¿Las posibles explicaciones? La identificación de las participantes con la víctima (también una joven universitaria) así como la mayor presencia de normas sociales anti-autoritarias entre los jóvenes universitarios de la época.  

A través de estos estudios, Milgram logró poner de manifiesto nuestra tendencia universal a obedecer a la autoridad, a seguir las instrucciones de aquellas personas en una posición de autoridad en nuestro grupo de pertenencia, incluso cuando estas instrucciones implican hacer un daño injustificado a otro ser humano. Pero logró poner de manifiesto, también, cómo el entorno, el contexto de la decisión, puede modular significativamente la conducta de los individuos.

Milgram explicitaba esta idea en Obedience to authority. An experimental view (1974): “Nacemos con un potencial para la obediencia, y este interactúa con la influencia de la sociedad para producir la persona obediente”.

La obediencia a la autoridad es, con gran probabilidad, funcional y positiva en numerosos contextos de decisión, cuando el resultado proporciona beneficios simultáneos para el individuo y el colectivo difícilmente alcanzables de otra manera. Pero sus consecuencias pueden ser dramáticas en contextos de conflictos tribales y nacionalistas, confrontaciones ideológicas, manipulación sectaria o miedo generalizado. Es siempre importante reflexionar sobre el contexto de nuestras decisiones. El contexto inadecuado puede propiciar nuestra peor versión como seres humanos.

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