domingo, 8 de marzo de 2020

Auto-domesticados

El declive de la violencia en las sociedades humanas ha sido una fuente de controversia en la antropología y la sociología contemporáneas. Trabajos recientes como el de Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro nos permiten afirmar que la violencia -interpersonal e intersocial- ha descendido en la historia humana en sucesivas ocasiones, desde el primer proceso pacificatorio derivado de la aparición de la vida urbana a la revolución humanitaria del siglo XVIII y la revolución de los derechos civiles en el siglo XX. En la actualidad, podemos afirmar con cierta seguridad, vivimos en las sociedades más pacíficas de la historia humana. 

Si observamos la mayoría de interacciones en un día cualquiera en una ciudad europea cualquiera, veremos que la violencia interpersonal tiene una presencia reducida. No es solo que la tasa de homicidios, agresiones y violaciones sea muy reducida en los países avanzados, sino que la mayoría de individuos es capaz de controlar sus impulsos agresivos en la mayoría de sus interacciones  cotidianas (sea conduciendo, caminando hacia el trabajo o comprando en un supermercado). El aumento del autocontrol y el descenso de la agresión física reactiva es un fenómeno que se incrementa con lo que el sociólogo Norbert Elias denominó el “proceso de civilización”. Pero el descenso de la agresión física en las comunidades humanas podría tener un origen evolutivo sociobiológico más antiguo. 


Según el primatólogo Richard Walter Wrangham, autor de The Goodness Paradox, el declive de la agresión física reactiva se podría haber originado con la aparición de los humanos modernos. La aparición del estado, el proceso de civilización, el humanismo habrían amplificado culturalmente un proceso sociobiológico iniciado milenios atrás. En concreto, la tesis de Wrangham es que el homo sapiens sapiens difiere respecto de sus ancestros (y otros mamíferos) en el grado de agresividad física reactiva debido a un proceso de auto-domesticación por el que las comunidades humanas seleccionaron contra la agresividad y a favor de la docilidad y la tolerancia a través de la ejecución de los individuos antisociales. 

Wrangham sostiene, en primer lugar, que los seres humanos muestran signos de auto-domesticación: cambios en la morfología, fisiología, comportamiento y psicología en relación a sus ancestros, similares a los que experimentan las especies domesticadas. Uno de estos cambios sería un mayor umbral para la agresividad física, es decir, una mayor tolerancia interpersonal. Wranghan compara el proceso de auto-domesticación humano con el de otras especies como los perros y los bonobos. Los bonobos, por ejemplo, se considera que experimentaron un proceso de auto-domesticación motivado por una menor competitividad por la alimentación en su ecosistema, que no experimentaron los chimpancés. Esta es una posible explicación a las diferencias fenotípicas y conductuales entre bonobos y chimpancés. Ambas especies descienden de un antepasado común pero muestran rasgos conductuales muy dispares: básicamente, los bonobos son pacíficos y juguetones, tienen comunidades relativamente tranquilas y una muy reducida coerción de las hembras. 

Wrangham considera que un proceso similar se produjo con los humanos modernos. La agresividad física impulsiva entre individuos en el seno de las comunidades humanas modernas se redujo considerablemente, al tiempo que se producían otros cambios en la morfología y fisiología humana modernas. Las comunidades humanas se hicieron más pacíficas en relación los humanos arcaicos, más tolerantes y cooperativas. Los individuos eran más capaces de controlar sus impulsos agresivos. 

Por qué se produjo este cambio es, con seguridad, una cuestión compleja. La hipótesis de la auto-domesticación por ejecución, que defiende Wrangham, sostiene que, en las comunidades de humanos modernos, coaliciones de hombres se volvieron efectivas para matar deliberadamente a cualquier miembro de su grupo social que estuviera preparado para usar la violencia. Durante miles de generaciones prehistóricas, las víctimas de la pena de muerte fueron desproporcionadamente aquellas con una alta propensión a la agresión reactiva. De modo que sus genes fueron reduciéndose en las poblaciones humanas. Así, los humanos desarrollaron una forma de igualitarismo controlado, por el que el grupo mantuvo bajo control a los individuos con tendencias antisociales. 

De modo que las primeras comunidades humanas modernas desarrollaron, al tiempo que crecía el cerebro y la inteligencia, una capacidad significativa para la cooperación, el igualitarismo, el autocontrol y el respeto a las normas sociales (la inteligencia emocional y social) que, con gran probabilidad, fue reforzada por la el ridículo y el ostracismo, como ya propusiera el sociólogo Émile Durkheim a principios del siglo XX. Wrangham sostiene que, detrás de cualquier otro posible factor causal, la ejecución de los individuos peligrosos estuvo detrás de esta primera pacificación humana. 

La violencia inter-grupal proactiva y oportunista siguió otro camino. Impulsada por el tribalismo y la escasez de espacio o recursos, las emboscadas e incursiones rápidas en territorio enemigo debieron caracterizar buena parte de numerosas comunidades humanas. Pero eso es otra cuestión. 

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