jueves, 28 de julio de 2011

Diez consejos para...

Estos últimos días he andado necesitado de consejos. Quién no los necesita alguna vez en la vida. Así que he hablado con amigos y compañeros de trabajo. Y todos me han dado buenos consejos. Es una suerte poder compartir un problema con ellos, la verdad. Pero el caso es que, después de unos días, me he preguntado ¿han sido consejos acertados? Es difícil responder. De momento, creo que lo mejor de recibir consejos no es el que te conduzcan a tomar decisiones más acertadas, lo cual a veces ocurre, sino el sentir que la otra persona empatiza con tu situación. Quizá con que te escuche un amigo ya es suficiente.

La verdad es que me he dado cuenta de que me encantan los consejos. Más bien diría que me encanta la información. Antes me pasaba el día consultando libros, diccionarios y enciclopedias. Y desde que existe la web no he dejado también de buscar cosas tales como: cómo dar una buena clase, cómo estar en forma, qué hacer para no resfriarse, cómo tener más éxito y un largo etc. La cantidad de páginas en Internet dedicadas a consejos sobre cuestiones de la vida cotidiana o profesional es ingente. Wikihows y demás. Y, seguramente, se trate de una tendencia positiva.

Pero siempre he sospechado que toda esta información pocas veces resulta útil. Decía un tal Mencken que "siempre hay una solución conocida para cada problema humano: nítida, plausible y equivocada". Pero aún así nos gusta recibir consejos, necesitamos esos consejos.

Y casualmente andaba leyendo el libro del periodista David H. Freedman Equivocados, sobre por qué debemos desconfiar de los expertos y consejeros en la mayoría de las ocasiones. Se trata de una crítica amena y demoledora de los expertos. Freedman denuncia por igual la cantidad de atropellos que cometen expertos formales (científicos, profesionales, médicos, etc.) e informales (expertos de la tele, de blogs, de ciertos oficios, etc.) cuando hacen un análisis de la realidad y nos regalan sus recomendaciones. El libro es un poco deprimente aunque muy ilustrativo. Los expertos se equivocan en la mayoría de ocasiones. Parece que el error es más la norma que la excepción. Y el asunto se aplica tanto a expertos informales como a aquellos más prestigiosos.

La causa de todos estos errores es diversa. Desde errores sistemáticos en el análisis de la realidad a la complejidad y aleatoriedad del mundo real o la corrupción de algunos expertos, todo contribuye a juicios erróneos. Muchos expertos son incautos en sus aseveraciones, tienen malos datos o malas mediciones. Otros simplemente pretenden vendernos algo, quieren resultar atractivos, interesantes, respetados. Lo cierto es que las características de un consejo o juicio atractivo raramente coinciden con las de un consejo acertado. Nos gusta pensar que hay una solución fácil y sencilla a cada problema. Que hay diez pasos para ser más productivo, más guapo o inteligente.

Quizá es que necesitamos creer en cierto tipo de consejos. Dicen que los blogs que más se leen y las revistas que más se compran son aquellas que empiezan con "Diez consejos para...". Bueno, y también aquellos que tienen en su portada a gente atractiva o famosos del momento. Creo que nunca dejaremos de ser embaucados por consejos y recomendaciones ingenuas. Quizá está en la naturaleza humana el creer que hay una solución sencilla a cualquier problema humano. Así que no nos queda otra opción que tener más cautela ante tanta maraña de información, hacer un juicio crítico y pausado de las recomendaciones de los expertos y saber que todo lo que leemos y escuchamos es seguramente más incierto de lo que parece.

Y volviendo al principio del blog, creo que los consejos de los amigos están en otra esfera distinta a la de los expertos. Es seguro que comenten algunos de los errores de los que nos habla Freedman. Pero creo que suelen ser valiosos en sí mismos.